¿Te has sentido alguna vez impostora en tu emprendimiento? Hemos dedicado nuestro noveno programa de Carne Cruda a este temazo. Puedes escucharlo aquí.

Para él recopilamos testimonios de emprendedoras en este anecdotario. Seguro que alguno te toca.

Dudar infinitamente de nuestras decisiones. Necesitar la opinión de un hombre para que te de su aprobación final. Restarle importancia a lo que hacemos. Sentir un poco de vergüenza cuando te halagan o te felicitan por algo que has hecho bien. Tener que demostrar doblemente que sabes hacer bien un trabajo aunque seas una experta.. Todo esto puede resumirse en “Síndrome de la impostora”, un concepto que se refiere a una amalgama de barreras y malestares que tenemos las mujeres en el ámbito laboral y profesional y que, en definitiva, tiene que ver con la dificultad de hacernos valer.

UN CONCEPTO PROBLEMÁTICO
«Síndrome del impostor» es un concepto que se acuñó en los años setenta por Pauline Clance y Suzanne Imes tras constatar en una investigación que una serie de mujeres de éxito desconfiaban de sus logros. Pauline y Clance eran psicólogas clínicas, de ahí que usaran el término “síndrome”. Pero está claro que no es una patología ni un problema de salud mental de las mujeres. En todo caso sería un problema de salud mental del patriarcado.

Para desentrañar lo que hay detrás del síndrome de la impostora conversasmos con Carmen Barquin, coach feminista que ha acompañado a varias emprendedoras durante más de 20 años. En primer lugar, coincide con nosotras en que es un concepto problemático.

“Se empieza a identificar más como una característica o un rasgo más propio de las mujeres. Sin entrar a reflexionar sobre las posibles causas que puedan estar relacionadas con esta sensación de impostura que es cierto que atraviesa a bastantes mujeres. Es más una consecuencia, porque si empezamos a analizar un poco la base de todo esto, encontramos que hay muchos condicionantes que nos llevan a veces a tener un déficit de autoestima a las mujeres”.

Varias investigaciones constatan que los hombres sobreestiman sus capacidades y su rendimiento y las mujeres las subestiman. ¿Por qué en el colegio las chicas tienen miedo de suspender un exámen y creen que “no han estudiado lo suficiente” cuando luego sus resultados son excelentes? ¿Por qué los chicos, en cambio, piensan que «el examen era muy difícil? ¿Por qué las mujeres seguimos sin creer en nosotras mismas? A la hora de ahondar en las causas, tenemos que hablar de la socialización de género desde que somos niñas y niños.

Tendemos a sobreproteger a las niñas para que no asuman determinados retos o riesgos. Y a los niños se les suele estimular a todo lo contrario, incluso hasta tal punto a que no midan el riesgo. A las mujeres nos estimulan desde una temprana edad a sentirnos muy seguras en un mundo emocional, a mediar para que todo el mundo esté bien, a tener muy en cuenta las necesidades de los otros y a sentirnos bien cuidando de los otros y de las otras, pero no se nos estimula a tener en cuenta también nuestras propias necesidades, a escuchar también cuáles son nuestros propios deseos y a sentirnos legitimadas con el derecho de luchar por ello”.

HIPER-RESPONSABILIDAD VERSUS TEMERIDAD

Las mujeres emprendedoras nos encontramos con más dificultades para invertir y asumir riesgos, tanto al iniciar un proceso de emprendimiento como cuando queremos crecer y escalar nuestro proyecto. Y aquí también entra el síndrome de la impostora. Tenemos miedo a fracasar, nos sentimos culpables ante la posibilidad de poner en riesgo la economía familiar. Nuestra hiperresponsabilidad nos paraliza. . “Y si a eso unimos que hay una figura o una pareja que dice ‘ojo, si ya estás muy bien como estás, para qué quieres más? Luego te quejas de que no llegas a todo…”, nos cuenta Carmen, para hablar de algo que no es hipotético y que ha escuchado muchas veces.

En cambio, los varones emprendedores, cuando tienen que tomar decisiones sobre crecer e invertir, no tienen miedo, “dan por hecho que van a tener éxito y que ese éxito va a redundar en la familia. Además se suelen encontrar con un apoyo de su pareja que entiende que tienen el derecho a hacer ese esfuerzo y que eso sería bueno para todos”. El mundo de las start up está lleno de hombres emprendedores que fracasan una y otra vez y que, además, promueven negocios que no aportan nada de bienestar social. Hombres temerarios que se atreven a invertir una millonada en mandar un coche a marte y que son leídos como héroes.

AUTOESTIMA CONSTRUIDA EN EL AFUERA

Otra de las claves sobre el síndrome de la impostora tiene que ver con nuestra autoestima, que como explica Carmen, se ha construido en el afuera, en que otros validen lo que hacemos. Por eso, la crítica y el fracaso se convierte en algo muy desestabilizador para muchas mujeres. Carmen lo llama “hipersensibilidad a la crítica”. Y eso nos lleva a una autoexigencia enorme, a creer que si no lo tenemos todo controlado y no hacemos algo perfecto no lograremos nuestros objetivos. Y claro, eso genera una sobrecarga que se añade a la que ya de por sí traemos por defecto las mujeres, que genera estrés y ansiedad. Acabamos trabajando más y no cobramos más por ello.

El síndrome de la impostora se traduce también en esa dificultad para poner precios justos a lo que hacemos las mujeres.Y eso, además de una posible falta de confianza en nosotras mismas, también es una consecuencia de la infravaloración de los trabajos feminizados.

No queríamos finalizar sin poner sobre la mesa otra cuestión importante: el modelo de éxito y de liderazgo que tenemos en esta sociedad hipercompetitiva. Hay una presión constante por el rendimiento y la imagen con estándares imposibles para hombres y mujeres, que se sienten impostores. Y el acceso de las mujeres a puestos de poder y responsabilidad no está transformando necesariamente este modelo.
“Las mujeres empezamos a ocupar espacios de poder y de decisión con poquísimos referentes. Por lo tanto, los referentes válidos que teníamos en dónde mirarnos y donde apoyarnos eran referentes masculinos. Y eso genera también que muchas veces no pocas mujeres, cuando llegan a sus puestos de poder, se masculinizan para poder ser escuchadas. Y esto genera otra doble situación, que es que a veces un poco solidarias con otras mujeres que están empezando y llegan a decir las que pueden, las que valen, que lo tienen que demostrar”.

¿Sabéis cual puede ser primer paso para derribar el falso síndrome de la impostora? Revisar todas esas «trampas del pensamiento sexistas», como las denomina Carmen Barquín, que tenemos interiorizadas y que afectan a nuestra autoestima. Fuera culpas y complejos. Porque nosotras lo valemos.