En muchos entornos se habla de emprendimiento y se amplia el imaginario sobre las posibilidades del autoempleo. Sin embargo, la mayoría hemos sido educadas en la cultura del trabajo por cuenta ajena. Esto implica que alguien pensará y decidirá los precios, los canales de venta, los nuevos productos o servicios, la contabilidad, la comunicación y el marketing, el segmento de clientes al que te diriges, las oportunidades de crecimiento, etc.

Podemos ser muy buenas profesionales y tener mucha formación y experiencia pero tener un proyecto empresarial implica desarrollar habilidades que van más allá de lo específico. Esto nos asusta. Tampoco es común en nuestra cultura entender que los errores y el fracaso son algo necesario para el aprendizaje, parte del proceso. La socialización de género, además, desalienta asumir riesgos en las niñas y en las mujeres, y es muy común que las mujeres atribuyamos los éxitos a circunstancias externas y los fracasos a cuestiones internas.

Para quitar tanto susto y hacerlo en una situación de bajo riesgo se invento el prototipado. Prototipar es hacer una primera versión de la idea o proyecto. Con esta primera versión, podemos probar si funciona la idea y sobre todo encontrar errores para corregir lo que no funciona. El objetivo equivocarse rápido.

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Para arrancar la sesión, jugamos con la creatividad. Descubrimos que igual que un músculo, con el calentamiento damos más de si. No solo el ejercicio potencia la creatividad, la práctica colectiva, posibilita dar saltos estratosféricos y las ideas que escuchamos de las compañeras nos sirven de trampolín para las propias.

Sintiéndonos inventoras y creativas, nos ponemos manos a la obra. Hay diferentes maneras de prototipar, algunas más apropiadas para pensar en productos otras para servicios. Utilizamos una metodología que puede servir para cualquier proceso.

El recorrido nos permite aterrizar nuestra idea en lo esencial. Pensar nuestra idea y nombrarla como un reto o problema a solventar, nos ayuda a imaginarnos quién o quiénes utilizarán la solución que planteamos. Poner cara e imaginar la vida de una persona nos ayuda a darnos cuenta del tipo de horarios que tiene, los lugares que frecuenta, con quién se relaciona, cuándo compra, a qué precios o a qué cuestiones da más valor. También, a cuánto estaría dispuesta a pagar por lo que estamos ofreciendo.

¿Cuándo, dónde y cuántos jabones comprará Aurora, la mujer que imaginamos será nuestra clienta? ¿Cuántos jabones, masajes, clases de danza, tartas o cuidados de jardines tengo que vender para tener x ingresos?